viernes, 15 de agosto de 2008
Julio
Una noche de julio estaba recién acostada en mi cama, en la oscuridad del cuarto que compartía con mis hermanos. Esa habitación de ciprés que tenía una salamandra. Mis papás se habían separado hacía poco, así que estábamos sensibles. Esa noche nos habíamos quedado Santi y yo en lo que en ese momento era lo de mi papá. Procedimos a saludarnos, cada uno desde su cama, y mi papá desde la habitación de al lado:
Padre: Hasta mañana, chicos
Ceci: Hasta mañana, pá.
Santi: Que sueñes con los angelitos, papi.
Padre: Que sueñes con los angelitos, Santi.
Santi: Que sueñes con los angelitos, Ceci.
Ceci: Que sueñes con los angelitos, Santi.
(y eso que no éramos creyentes)
Yo ahí me puse a pensar que nunca le había dicho a mi hermano que lo quería. Nos matábamos bastante, y además mi familia no era muy demostrativa.
Entonces, estuve como dos minutos intentándolo. ¡No podía decirlo! Cuando estaba a punto de pronunciar la primera sílaba (las otras dos vendrían naturalmente después) se apoderaba de mí una especie de pudor petrificante. Una y otra vez. Hasta que al final tomé coraje -como cuando, a la orilla del lago, empiezo a caminar decidida y me sumerjo de pronto en el agua helada-, y le dije "te quiero".
Y él me dijo "yo también". Me dio mucho amor ese diálogo. Y me imaginaba a mi papá, emocionado, del otro lado de la pared machimbrada. Dormí especialmente bien esa noche. No era como meterme en el lago helado; sentía una calidez única, muy reconfortante.
Padre: Hasta mañana, chicos
Ceci: Hasta mañana, pá.
Santi: Que sueñes con los angelitos, papi.
Padre: Que sueñes con los angelitos, Santi.
Santi: Que sueñes con los angelitos, Ceci.
Ceci: Que sueñes con los angelitos, Santi.
(y eso que no éramos creyentes)
Yo ahí me puse a pensar que nunca le había dicho a mi hermano que lo quería. Nos matábamos bastante, y además mi familia no era muy demostrativa.
Entonces, estuve como dos minutos intentándolo. ¡No podía decirlo! Cuando estaba a punto de pronunciar la primera sílaba (las otras dos vendrían naturalmente después) se apoderaba de mí una especie de pudor petrificante. Una y otra vez. Hasta que al final tomé coraje -como cuando, a la orilla del lago, empiezo a caminar decidida y me sumerjo de pronto en el agua helada-, y le dije "te quiero".
Y él me dijo "yo también". Me dio mucho amor ese diálogo. Y me imaginaba a mi papá, emocionado, del otro lado de la pared machimbrada. Dormí especialmente bien esa noche. No era como meterme en el lago helado; sentía una calidez única, muy reconfortante.
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Hola: seguro hará algún tiempo que escribiste esto, pero acabo de encontrarlo, y tengo que decirte que es lo más humano y bonito que he leido en mucho tiempo. Quiero creer que tu padre sí les escuchó. Saludos desde Canarias
ResponderBorrarHola!!! Qué lindo lo que me decís, gracias. :)
ResponderBorrarOjalá lo haya escuchado. Seguramente.
Le voy a preguntar (igual eso no garantiza nada, se olvida mucho las cosas! Yo heredé eso, por eso me gusta guardar recuerdos de muchas formas, este blog siendo una de ellas).
Saludos!
Le pregunté a mi hermano y se acuerda. Qué tierno que se acuerde eso, éramos chiquitos, él más.
ResponderBorrarMi papá no escuchó o no se acuerda.